A la orilla, pegadita al cauce
de este río subyugante, voy
jugando a tirar piedras al agua
tan clara, tan tibia…
Y él me habla y se queja de
-¿Por qué el
golpe?
¿Para qué tu violencia?
Me deja pasmada,
muda y asustada…
Él se da cuenta, me mira
y parece tranquilizar su viaje.
-¿Qué te pasa? Me dice.
Me veo en el espejo de sus aguas
y sin poder hablar,
sólo atino a llorar...
El río me pregunta:
-¿Tú sabes por qué si siendo de agua dulce
al llegar al mar el agua se vuelve salada?
Muevo de un lado al otro la cabeza, y digo:
-Sinceramente nunca me había cuestionado.
-Siéntate, me vuelve a decir
- Descansa, que voy a contarte.
Me dejé caer sobre una roca grande
esperando atenta la respuesta.
-Tú has visto cuantos seres humanos
llegan a mis orillas a bailar sus danzas,
cuantos, atraviesan de un lado a otro
diciendo Adiós a
sus familias,
tantas parejas que aquí han sellado su amor,
como muchos se han batido en duelos,
prefiriendo perder la vida...
Todos esos actos y más, han provocado
sea para felicidad o tristeza muchas lágrimas,
que mezcladas en mis aguas viajan
hasta desembocar en el salado mar.
¿Ahora entiendes, por qué la sal de esas aguas?
Si llegas hasta el mar sentirás nostalgia y luego
sin saber ¿por qué? Te infundirá vida.
Son todos los
sueños y anhelos,
los desencuentros y perdones dichos
en vida y fuera de ella...
La olas verás cómo
se alzan,
deseosas almas del descanso eterno,
instantes suspendidos en la brisa salina,
tormentos y esperanzas que al llegar
a morir a la
orilla
son nívea espuma,
que desaparece en su arena cálida.
Metí mis manos en el río
para lavarme la cara,
mirando cómo mis lágrimas
iniciaban su viaje para unirse
a ese océano donde quizás
mis penas encuentren su calma.
23.10.12
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