requiebras mi rosa húmeda,
sus pétalos se abren al compás
del aletear de tu melodía.
Los dioses enmudecen,
el discernimiento se pierde,
no duelen ya las pesadillas.
Jardinero de mi rosal...
desde mi pistilo al pedúnculo
con el filoso puñal de tu lengua
has tatuado jactancioso tu estela.
Mis lágrimas no son de tristeza
es alegría de saberme tuya.
María de la Cruz Díaz
©Derechos Reservados del autor®
11 de Julio 2008
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